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Competitividad

América Latina presenta diferencias en comparación con los países exitosos de Asia o Escandinavia. Si bien promueve en general un manejo macroeconómico responsable, depende en exceso de los precios de los productos primarios y prioriza insuficientemente los programas a largo plazo. La buena gestión macroeconómica no basta. En efecto, la falta de objetivos estratégicos y acuerdos políticos ha contribuido al rezago de la región.


A fin de elevar la competitividad es esencial aumentar la complejidad de la base productiva de bienes y servicios, por ser esta la variable que mejor se correlaciona con crecimiento y desarrollo. Para conseguirlo es necesaria la acción simultánea en educación de calidad, investigación científica y tecnológica, capacitación laboral permanente, infraestructura de transporte, energía y telecomunicaciones, calidad de los servicios y una política dirigida a la especialización y la diferenciación de los productos.


La brecha de productividad con los países desarrollados no se está reduciendo; incluso podría ampliarse con varios de los países asiáticos. El crecimiento de la última década, sustentado en buenos precios de las materias primas, bajas tasas de interés y abundante liquidez, no será una bendición permanente, por lo que no se puede ser complaciente. Es imprescindible actuar sobre los elementos que determinarán la productividad futura.


El desarrollo científico y tecnológico debe privilegiar las esferas donde existen ventajas comparativas, a fin de conservarlas, y otras en que dichas ventajas se pueden adquirir, con inclusión de la agricultura, minería, energía solar, biocombustibles, biotecnología, comunicaciones, computación y nanotecnología. Este proceso debe hacerse con la colaboración de las empresas y otras alianzas entre el sector público y el privado. La expansión de las manufacturas y servicios requiere la definición de los mercados y el diseño de productos y tecnologías, lo que entraña un esfuerzo más complejo que en el pasado.


El Brasil, por ejemplo, selecciona algunos sectores en que busca posicionarse a nivel internacional, como la industria farmacéutica. Otros países, como Chile, han resuelto crear los llamados “grupos temáticos” estructurados en torno a sus principales actividades y empresas exportadoras a fin de generar un efecto multiplicador interno y romper los enclaves. Otros, como México, tienen un gran potencial de articulación con la economía de los Estados Unidos y pueden prever un escenario de creciente integración a cadenas de producción de bienes tecnológicamente sofisticados. Hacia 2020, como porcentaje del total, México podría exportar a los Estados Unidos más manufacturas que el Canadá.


Tales avances no acontecerán sin un papel más activo del Estado en lo que se refiere a coordinar la acción pública con las empresas, centros de investigación y formación de expertos que apunten a crear nuevas esferas de especialización y elevar la competitividad. Lo que tradicionalmente se ha denominado política industrial está bastante ausente del menú de opciones en América Latina. 39 estudios internacionales llaman la atención sobre esa postura ideológica difundida en los países latinoamericanos y los invitan a innovar y aprender de la experiencia asiática.


Los vínculos entre científicos y empresas y el diálogo entre ciencia y política son escasos en América Latina. Tampoco es frecuente la presencia latinoamericana en los encuentros internacionales de prospectiva tecnológica. Es evidente que la distancia se puede acortar si se trabaja de manera sistemática, con apoyo de los gobiernos, en contacto con los centros de países desarrollados y mediante la coordinación con las partes interesadas dentro de cada país y entre distintos países de la región.​


Es preciso analizar las causas de la insuficiencia de las políticas de competitividad. Las políticas macroeconómicas son esenciales para cuidar el equilibrio fiscal y evitar la sobrevaloración de las monedas. Son condición necesaria pero no suficiente, por lo que hacen falta políticas nacionales y regionales más audaces. Cada país debe estudiar las experiencias exitosas y fracasos de otros en el diseño de los caminos posibles conducentes a superar la trampa del ingreso medio.


Una de las preocupaciones históricas, aun más importante de cara al futuro, es la de reducir la dualidad productiva, territorial, social y política de América Latina. Para ello se necesita reforzar y renovar políticas conducentes a una mayor inclusión social y un desarrollo pujante de las pequeñas y medianas empresas (pyme). La enorme concentración productiva en pocas empresas y la falta de difusión hacia las pyme obstruye la capacidad de emprender. La productividad futura también dependerá de la creación de pyme productoras de bienes y servicios, de mejores tecnologías y gestión y de jóvenes emprendedores que cuenten con apoyo financiero, capital de riesgo y capacidad para penetrar mercados con nuevos productos de exportación.


En consecuencia, es imprescindible constituir grupos de seguimiento de las innovaciones tecnológicas a nivel mundial y de las experiencias en política industrial, formación técnica, ciencia e innovación tecnológica de otros países más avanzados. El análisis comparado con naciones exitosas de Asia y Europa debería contribuir al establecimiento de una nueva lógica entre políticos y encargados de la formulación de políticas. Los gobiernos latinoamericanos y organismos internacionales deberían promoverlo y financiarlo.


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